—A ver, pensemos. Lo primero que tenemos que hacer antes de dar el siguiente paso es poner en orden las ideas y entonces decidir a dónde ir – dijo Adrián.
—Pues si… Quizá deberíamos ir de nuevo al museo. Al fin y al cabo fue allí donde nos citó el tal Damocles y casualmente había una exposición sobre su mítico tocayo allí. Puede que encontremos alguna pista sobre el reloj y sepamos hacia dónde dirigirnos – respondió Diana.
Adrián puso cara de espanto ante aquella idea. Después de todo, un tipo vestido de negro les había atacado allí y quién les aseguraba que no era el mismísimo Damocles. Así se lo transmitió a su amiga.
—No, no. No era Damocles – repuso ella —. El hombre del teléfono hablaba con un acento extranjero que no sabría muy bien definir. El tío que nos atacó habló en un español muy claro. Además, el tono de voz no era igual. La voz que me habló por teléfono parecía vieja y cansada y ese hombre hablaba de forma muy enérgica y con una voz más ronca.
El argumento de la chica pareció convencer a Adrián, por lo que se dirigieron hacia el museo. A cada paso que daban iban mirando hacia todos lados para asegurarse de que nadie les seguía ni les vigilaba, aunque Diana estaba segurísima de que no esperarían que fueran de nuevo al lugar donde les habían atacado.
Y así, hacia el mediodía llegaron al museo. Como el día anterior, la exposición sobre Damocles seguía tal cual la habían dejado, con el enorme cuadro como protagonista principal.
Diana se acercó a un grupo de turistas que estaban observando con interés la exposición para ver si escuchaba algo que pudiese interesarle. Llegó cuando justamente un señor que tenía cierto aire de sabio terminaba de contarle a su acompañante justamente la leyenda de Damocles:
— … una espada sobre él. De repente, al pobre muchacho se le quitaron completamente las ganas de disfrutar de los manjares tan apetitosos y las hermosas muchachas, así que pidió al tirano abandonar su puesto, diciendo que ya no quería seguir siendo tan afortunado. De esta manera, Damocles pudo comprender lo efímero e inestable de la prosperidad y del lujoso modo de vivir del monarca.
— ¡Vaya! Qué interesante… — afirmó su interlocutora. — ¿Y de ahí viene la frase?
— Claro. La frase “la espada de Damocles” se utiliza desde hace mucho tiempo para expresar la presencia de un peligro inminente y para ejemplificar la inseguridad en que se instalan aquellos que ostentan un gran poder, como en el caso de Dionisio II. Ahora, si quieres, te voy a enseñar la que se considera que es la auténtica espada de la leyenda. Por aquí, preciosa.
Y ambos se alejaron hacia la siguiente sala.
Diana se quedó meditando. A lo mejor debía tomarse la leyenda al pie de la letra. Posiblemente el Damocles actual estuviese en una situación similar a la del muchacho de la leyenda. ¿Poder? ¿Peligro?... Algo se le escapaba.
— ¿Di? ¿Qué ocurre? – le preguntó Adrián, preocupado.
— Estaba pensando… La voz del teléfono dijo que ya no quedaba tiempo para Damocles. ¿Y si resulta que sobre él también pende una espada?
— Pero si alguien quisiese matarlo, con los tiempos que corren, seguramente lo harían de otra forma, ¿no?
Diana no pudo evitar soltar una carcajada nerviosa.
— Anda que… Me refiero metafóricamente. Si no le queda tiempo significa lógicamente que está en peligro y que, posiblemente tenga algún cargo…
La chica dejó la última palabra flotando en el aire. De forma inconsciente había sacado el reloj del bolsillo y en ese momento miraba fijamente la esfera con una mueca de asombro. Adrián se acercó también y no pudo evitar ahogar un gritito: las agujas habían parado de moverse. El reloj siempre marcaba unos números determinados, pero Diana se había percatado de que, dependiendo de en qué lugar se encontrase en ese momento, las agujas señalaban a los números en un orden diferente. De los varios números que siempre marcaban, había uno que se repetía con frecuencia. Allí, en aquel museo, el reloj les indicaba claramente el número 4.
Continuará…
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