Capítulo 4


Adrián corrió de la mano de Diana durante un tiempo indefinido. El cansancio amenazó contra ellos, pero no pudo derribarles. Con los nervios a flor de piel y el corazón a mil por hora, el chico se internó por calles que nunca antes había visto hasta que se hizo de noche y perdió la visión. Agudizó el oído, pero nadie les seguía. Permitiéndose el lujo de pararse a descansar unos segundos, ambos se apoyaron en el escaparate de una tienda y, jadeando, se miraron. Los ojos verdes de uno se cruzaron con los color miel de la otra (aquí hago un paréntesis, no recuerdo si habéis descrito esto antes, si es así y no concuerda con lo dicho, perdonadme y rectificad) fue un instante extraño y molesto, donde compartieron la agonía que sentían. 
- ¿Qué hacemos?- preguntó la chica, cuando pudo respirar- ese tipo aún nos persigue... estoy casi segura de ello. Pronto nos dará alcance. 
- No podemos seguir así. Tenemos que escapar. No sé a donde. Pero lejos de aquí.
Diana sacó el reloj de su bolsillo y lo contempló ensimismada. En la noche la plata brillaba, creando pequeños destellos que iluminaban la oscuridad unos segundos. La esfera parecía cristal, pero sin duda no lo era. Cuando colocaba la yema de los dedos sobre ella se abombaba cual plástico que sufre presión. Era maravilloso y extraordinario. Entrecerró los ojos para distinguir las agujas en la noche. Una de ellas marcaba la hora exacta, que la chica se apresuró a mirar en su reloj y la otra... 
en vez de dar los minutos, danzaba sin parar de un lado para otro, como si algo la atrayese. Tan pronto estaba en el dos, como en el seis o en el nueve. ¿Quién será ese Damocles? Se preguntó para sí misma. ¿Y por qué ha venido este artilugio a parar a mis manos? ¿Será solo casualidad? Pero si así fuese, la carta que había dentro del reloj hubiera tenido que ser para ella indescifrable. Demasiadas coincidencias para que se tratase solo de suerte o de cosa del destino. 
- Vamos, tenemos que irnos de aquí- masculló Adrián, mirando a su alrededor- a saber donde puede estar el tío este. A saber lo que puede hacer el tío este. Esta loco. Majara perdido- sintió como un escalofrío recorría su espalda- no sé ni porqué hemos venido, ahora estaríamos durmiendo en casa, tranquilos y sin ¡Dios! sin nada que pudiese rebanarnos el pescuezo. 
La chica cerró el reloj y se lo guardó en un bolsillo de su chaqueta, que empezaba a ser insufiente para el frío que se estaba aglomerando en cada uno de sus huesos. 
- Aquí hay algo muy gordo, Adri- murmuró ella, como si tuviese miedo a que alguien la oyese- y yo. Tú- añadió- estamos juntos en esto. Somos jugadores y saldremos vencedores. Cueste lo que cueste. 
- No sé si eso que has dicho me acaba de gustar....- gimió el chico, encogiéndose en si mismo. Diana le miró con cierto cariño. 
- Entiendo que no quieras seguir. Si es así... tienes mi permiso para marcharte. No tengo porque arrastrarte a ningún lugar. Eres libre de hacer lo que quieras y no tengo- inspiró aire- ningún derecho a ponerte en peligro.
Adrián titubeó durante largos minutos, en los cuales el silencio fue el reino del lugar, pero después, indeciso, se levantó y tendió la mano a la chica para que hiciera lo propio.
- No te dejaré sola en esto. Continuaremos los dos hasta donde haga falta.
- Esperaba una respuesta como esa- rió la chica, cuyo ánimo se había levantado de repente- ahora más nos vale correr y seguir jugando. 
- ¿Cueste lo que cueste?- le guiñó un ojo, intentando restarle importancia a la situación.
- Cueste lo que cueste...

1 comentario:

  1. He leído varios libros en los últimos meses, pero ninguno me ha enganchado tanto como esta historia, a pesar de llevar sólo cuatro capítulos escritos.
    Me encanta, y por favor, que la cadena continúe cuanto antes >_<

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